Dolores Leis

"No importa cuán lentamente avances mientras no te detengas"

Archivar para el mes “agosto, 2013”

A todos los efectos ya es septiembre

Sin café mañanero, ayuna de seis horas, el calendario desde su pared de la cocina me dice que estamos a 28 de agosto, pero a todos los efectos, hoy, es septiembre. Cómo recuerdo del periodo estival contaremos a los amigos las experiencias vividas durante las vacaciones y enseñaremos alguna foto guardada en el móvil, pero después de eso, poco más nos quedará del verano.

El noveno mes del año, es un mes de inicios y sorpresas. En mi caso, tiene un significado especial. Mi curso no puede comenzar mejor. Dos colaboraciones aparecerán en sendas revistas, una de ellas de formato digital, la otra convencional y buzoneada. La presentación de mi libro en una librería madrileña está prácticamente cerrada, a falta de pequeños detalles por concretar. Tengo una novela en marcha que «progresa adecuadamente» y con la me siento muy satisfecha, además, sé que el fin de las vacaciones, aunque suene a paradoja, me permitirá dedicar a los nuevos personajes todo el tiempo que merecen.

Continuar con este blog, nuevos relatos, algún certamen… No podéis negarme que septiembre es un gran mes. El mes en que por fin podemos dedicarnos a los que nos gusta. Veremos menos a la pareja, a los hijos, a los nietos, tendremos que compaginar la escritura con el trabajo… pero el tiempo será exclusivamente nuestro, volveremos a multiplicarlo para que nos permita continuar con esta pasión que envuelve la literatura sin por ello descuidar obligaciones más mundanas.

Dolores Leis Parra

El último Bernal

El último Bernal en ebook

Cuaderno de ruta: Regreso

Agotados ya los días en Granada, sólo nos queda el regreso a Villaescusa de Haro.

Hemos buscado alternativas al camino de ida, por lo que se nos ha permitido ver, que no visitar, otras de las fortalezas que formaban la defensa de Al-Andalus en el Poniente granadino, si bien es cierto, que en esta ocasión, se hayan situadas en dos pueblos de la provincia de Jaén. Alcalá la Real y Alcaudete.

Alcalá la Real nos indica a la entrada de la fortaleza amurallada, que nos encontramos en la “Ruta de los Castillos y las batallas”. Según nos explicaron ayer, fue la última en caer mediante la lucha, pues Montefrío se rindió sin presentar batalla tras el asedio.

El nombre que recibe es Castillo de La Mota, restaurado aunque sin que la línea divisoria entre lo original y lo reformado se aprecie en demasía. Dos torres se alzan a los lados de la muralla, por supuesto no puede faltar la iglesia, hermosa y majestuosa, cuyo campanario se alza por encima de dichas torres.

Dejamos atrás Alcalá la Real y mientras tomamos la carretera que nos llevará hasta Alcaudete, podemos distinguir, solitarias sobre las lomas, algunas Torres Vigía.

Desde la nacional distinguimos el Castillo de Alcaudete, reconvertido en hospedería. La iglesia, fiel compañera, no se encuentra como puede parecer, fuera del recinto amurallado, una mirada más detenida, nos muestra que el edificio se encuentra en el terreno comprendido entre la primera y la segunda muralla, ésta última, totalmente derruida, era la encargada de proteger a la población civil que vivía en el interior de la fortaleza pero sin llegar a mezclarse con el ejército que ocupaba la parte más elevada del terreno. Se trata de Santa María la Mayor (siglos XIV y XV) y posee un Pórtico impresionante. Sobre ella, por detrás y en lo alto, se eleva lo que hoy denominamos castillo, pero para los árabes fue fortaleza.

 

El viaje de regreso continúa sin contratiempos y ya sin apenas paradas. Mientras buscamos la incorporación hacía la nacional, atravesamos un pueblo que lleva el nombre de Venta de Pantalones. Lo anoto como una de esas curiosidades, que no se sabe muy bien si son divertidas o una putada. Imaginaros cuando les preguntan de donde son…

Finaliza pues este cuaderno de ruta llegamos a Villaescusa de Haro, y desde la casa familiar, pongo punto final a esta bitácora. Es mi deseo haberos hecho disfrutar con este viaje, de no ser así, respirad aliviados que ya ha terminado.

Dolores Leis Parra

Cuaderno de ruta: La Enrea

Me despierto por culpa de un sueño en el que mezclo un futuro de ciencia-ficción, con lugares conocidos de mi presente y mi pasado, la plaza central de donde vivo en Rivas y el descampado en el que jugaba de niña en Moratalaz.

El azar, hace que me despierte minutos antes de las campanadas de las cinco, que suenan desde una de las iglesias de Montefrío.

Escribo a oscuras, mientras en mi cabeza resuena la canción “Los tejados” de Cómplices y miro como las estrellas se apagan lentamente dando paso al amanecer. El gran ventanal a la altura de los ojos, me permite sin tener que levantarme de la cama, tan bonito espectáculo. No olvido decir que la sonrisa no se borra en ningún momento de mis labios.

Escribo a oscuras para no molestar a Manolo que duerme. Espero que mi letra sea legible cuando con más calma, pase a limpio estas notas, pero era tal mi ansia de contar, que no he podido esperar a que fuera de día para fijar en papel las primeras impresiones de este día, que con pena, sé es el día de regreso.

Las estrellas, las peñas y los tejados. Paisaje que se divisa desde la habitación 21 del hotel La Enrea me dicen adiós, mientras el reloj de la iglesia, continua implacable marcando las horas.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

Dolores Leis Parra

Cuaderno de ruta: Montefrío

La visita de hoy me ha permitido olvidarme de curvas y decepciones, por lo que si hay algo que lamento, es que nuestra estancia esté a punto de terminar.

El Castillo de Montefrío no es tal castillo. Se trata de una de las fortalezas amuralladas que el Reino Nazarí mandó construir en el Poniente granadino, en un intento de frenar el avance de las tropas cristianas. “Los pueblos del Poniente granadino eran la línea fronteriza que marcó encuentros y desencuentros entre dos maneras de ver el mundo” Es la última frontera de Al-Andalus.

En 1482 los Reyes Católicos empiezan a luchar contra estos puestos fronterizos. Montefrío calló el 26 de junio de 1486, aunque lo cierto es que tras la caída del resto, los musulmanes abandonaron el lugar sin luchar, partiendo hacía Granada.

En 1941 se inicia el asedio a Granada. Casi un año de encierro, penuria y enfermedades, abocó a la Firma de Capitulaciones, entregando la ciudad a Isabel y Fernando, el 2 de enero de 1492.

Volviendo al lugar que nos ocupa, en la ladera sur de la Villa se encuentra el arroyo de la Cruz Gorda, en el modulado de los macizos conocidos como “olas de piedra”. Sobre ellas se ubicó el antiguo campamento o El Real, donde los Reyes Católicos acamparon durante el asedio. Al rendirse las tropas árabes y pasar a convertirse en Villa cristiana, nuevas normas rigieron la fortaleza.

Era obligado acudir a la llamada del Rey en caso de guerra. Sólo estaban exentos las mujeres, el clero, los frailes, los judíos y los mudéjares. Miles de personas se contrataban para transportar durante la campaña, víveres y artillería. Esto último sería la gran novedad en la guerra de Granada. Además, el ejército era seguido por médicos, obreros e incluso narradores de historias. Estas tierras vieron nacer el inicio de lo que sería el ejército moderno.

“En el espacio que existe entre el cielo y el suelo han nacido diferentes creencias, dioses y advocaciones. En muchas ocasiones se han convertido en instrumento de separación, excusa, expulsión y agresión… En el nombre de Dios.

… En el nombre de Dios se inicia la Reconquista.

… En el nombre de Dios se idean las Cruzadas.

… En el nombre de Dios, los musulmanes permiten a los judíos y cristianos seguir practicando su religión en sus territorios, a cambio de fuertes impuestos y ser considerados ciudadanos de segunda clase.

… En el nombre de Dios, los cristianos dirigen su mensaje religioso, no ya a los no creyentes, sino a otros cristianos que deberán tener una razón para luchar y confirmar su verdadera Fe.”

 

En el siglo XVI (1543) el arquitecto Diego de Silos, inicia la construcción dentro del recinto amurallado, de la Iglesia de la Encarnación, más conocida como Iglesia de la Villa, de estilo gótico-renacentista. El 29 de mayo de 1776, mientras se celebraba misa, un rayo cae sobre ella, prendiendo fuego a cuadros, tallas y el retablo del Altar Mayor; una gran piedra se desploma del techo pero ninguno de los reunidos resulta herido, sólo un perro es alcanzado perdiendo el rabo. Se habla de milagro, lo que no impide que la iglesia quede abandonada, construyendo Domingo Lois de Monteagudo la Nueva Iglesia de la Encarnación, de estilo neoclásico (1876/1802).

En el interior de la antigua Iglesia de la Villa se levanta en la actualidad un Centro de Interpretación. Se puede subir a la torre, 111 peldaños en una escalera de caracol, con dos tramos intermedios para descansar, te permiten coronarla y ver desde lo alto, una preciosa panorámica de Montefrío.

Al pie de la ladera donde se levanta el Castillo, hay varios nichos que forman parte del primer cementerio cristiano de la época.

 

Una cervecita para reponer fuerzas y continuamos nuestro periplo visitando El Pósito, edificio neoclásico que se utilizaba como almacén de cereal (siglo XVIII). La Iglesia de San Antonio, dedicada al culto de San Antonio de Padua, de estilo barroco tardío; y el Convento del mismo nombre, perteneciente a la Orden de los Franciscano hasta la desamortización de Mendizábal, cuando pasó a manos de particulares funcionando como panadería.

Ya por la tarde, visita a Las Cascadas del molino, cuyas cristalinas aguas invitaban al baño y fotografía al Puente Romano.

Dolores Leis Parra

Cuaderno de ruta: Granada

Son más de las 12 de la noche, sin reloj no puedo aventurar la hora exacta y hace meses que me niego a utilizarlo (cuando no consigo resistir la tentación de saber la hora, miro el móvil). Aprovecho que Manolo duerme, o lo intenta, para continuar con ésta bitácora.

Curvas, curvas y más curvas… y Granada, como si se lo estuvieran llevando. Más de una hora para recorrer la distancia que nos separa de Montefrío.

Una vez allí, la canción de Sabina, “Peces de ciudad” me viene a la memoria. ¡Cuánta razón al decir que “al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”! La ciudad que nos ha recibido no tiene nada que ver con la de hace 25 años. No la recordaba tan grande. Para visitar la Alhambra hay que sacar entrada con antelación (algo que ya sabíamos) o hacer cola desde las seis de la mañana para conseguir alguna de las entradas que diariamente se ponen a la venta y que se agotan enseguida. Las cuestas con 20 años eran menos empinadas y no había que pagar para entrar a la Catedral.

Se salva la Alcaicería. El zoco árabe no ha cambiado con respecto a mi recuerdo; sigue igual de misterioso y envolvente. Las palabras dichas en extraña lengua y los gritos de un lugar a otro, a pesar de que ni un metro los separa, te invita a entrar y buscar reminiscencias de la época musulmana.

El haber visto a Gloria, después de quince días ha hecho esta visita menos decepcionante.

Al montar en el coche, ya de vuelta, mi estómago empieza una danza que no presagia nada bueno. He ahí, que el tomtom nos cambia el rumbo y nos trae de regreso por una carretera bastante llana, de curvas tan abiertas, que comparadas con las anteriores son casi rectas. El estómago se relaja y yo con el. Después de todo el regreso ha sido tranquilo. Respiro mientras escribo esto. Otro motivo añadido de satisfacción, creo, que va empate.

Fin del primer día.

Buenas noches y mañana más…

Dolores Leis Parra

Cuaderno de ruta: El viaje

Durante su estancia en Granada, Washington Irving no sólo visitó la Alhambra. Su viaje le llevó por distintos pueblos de la provincia, uno de ellos Montefrío, en la serranía granadina. Hoy mis pasos me traen aquí.

Hasta Bailen bien podría ser uno más, de los muchos viajes en los que acompaño a Manolo a Sevilla. Es precisamente en ese pueblo, donde dejaremos atrás la carretera de Córdoba y tomaremos la que nos conducirá a Granada. Es por tanto, en Bailen donde dará comienzo lo que he dado en llamar “nuestra aventura”.

Cuando nos desviamos en la autovía de Sierra Nevada, nos quedan algo más de 120 km para llegar a nuestro destino. Acortamos distancias mientras divisamos al fondo, montes que rompen el paisaje de olivos que nos rodea.

Cercanos ya a la provincia de Granada, los olivos siguen ganando terreno a los pinares. Los primeros invaden la serranía, arrinconando pequeños ejemplares de pinos asidos a la ladera.

Sólo el cartel de color verde, nos avisa del cambio de provincia. Jaén queda atrás pero el paisaje que se extiende ante nosotros es más de lo mismo. Por desgracia, la carretera tiene tal cantidad de curvas, que soy incapaz de disfrutarlo. Mi estómago es como una lavadora en pleno centrifugado.

A poca distancia y controlando la nausea que no remite, divisamos Montefrío. Casas blancas alojadas en la ladera, Castillo en lo alto… mucho más grande de lo que imaginaba.

Desde que entras, descubres los carteles que rezan “Ruta de Washington Irving”, para ellos es un orgullo que el escritor romántico, eligiera el pueblo como uno de sus destinos.

Nos alojamos en “La Enrea”, un antiguo molino de aceite del siglo XIX reconvertido en hotel rural. Esta tarde visitaremos Granada, que se encuentra a aproximadamente 50 km. Espero que la carretera no se muestre tan hostil y permita a mi maltratado estómago disfrutar del camino y la posterior visita a la ciudad.

Ya os contaré…

Dolores Leis Parra

Disculpa, pero hoy no hablaré de mí

A lo largo de todos estos meses, mis colaboraciones con la revista Altheia siempre ha sido por medio de artículos e historias en los que mi persona, manera de pensar o recuerdos del pasado, son el eje principal. Pero hoy no será así, quiero compartir una historia en la que yo no tuve nada que ver, mi único mérito es ser nieta del protagonista. Pero es hermosa y gracias a ella pude pasar tiempo junto a él, un tiempo escaso, pues el abuelo Pepe murió cuando yo apenas contaba dos años y… Perdón, olvidaba que hoy no iba a hablar de mí.

Debo remontarme muchos años atrás, concretamente a 1939 cuando la guerra que asoló España llegó a su fin, aunque primero, y para ponerse en situación, narraré brevemente como comenzó.

Aunque natural de Higuera la Real (Badajoz), llevaba años afincado en Madrid donde conoció a la abuela, uniéndose a ella en matrimonio civil. Era militar, cabo por más señas del cuerpo de intendencia, al comenzar la guerra le enviaron a Valencia donde luchó durante toda la campaña.

Estando allí cayó Madrid, con la ciudad cayeron los soldados que la defendían y de rebote, todos los que luchaban en otros puntos de la geografía y que sin gobierno al que defender, empezaron un largo peregrinaje para reunirse con las familias que quedaron atrás.

A mi abuelo le quedaban muchos kilómetros por recorrer, muchos caminos por andar antes de abrazar a la mujer y la hija que le aguardaban en la capital, por lo que emprendió la marcha confiando encontrar todo, como lo dejara antes partir. La guerra tiene esas cosas, separa a los amigos, divide a las familias, enfrenta a los hermanos, pone en contra a padres e hijos; sólo depende del momento y el lugar donde te encuentres.

El regreso era duro, el peso de la derrota además, caía sobre los hombros; los pies llagados y doloridos, cubiertos por lo que apenas quedaba de una botas que iban dejando jirones entre el asfalto de la carretera y el polvo de los caminos. Esconderse cuando se escuchaba el ruido de vehículos, la mirada vigilante, porque el uniforme que le cubre, aunque sucio y roto, no muestra los colores del vencedor.

Se escuchó un camión a lo lejos, pero a esas alturas era tan grande el cansancio que ni fuerzas le quedaban para saltar a la cuneta. Si había de arrollarle que lo hiciera, si su fin se encontraba en ese punto de la carretera, adelante, era tan agotador esconderse y huir… El camión llegó a su altura, de lo alto solamente se escucharon insultos y frases humillantes; pensó el abuelo que esta vez había tenido suerte, ningún soldado baja  para golpearle o descerrajarle un tiro; que nunca se sabe cómo reaccionaran ante el vencido. Pero qué equivocado está. Un grito se eleva sobre los cánticos victoriosos ¡¡Alto, parar el camión!! Asustado ve como la orden es obedecida, unos metros por delante el vehículo se detiene y un soldado corre hacía él empuñando su arma. El abuelo ya no tiene ganas de luchar, sólo desea llegar cuanto antes a Madrid y refugiarse en el calor del hogar por largo tiempo abandonado, abrazarse a su esposa y reanudar la vida que tuvo que abandonar para luchar en una guerra en la que ya, ni siquiera cree.

El soldado se para frente a él y ambos se miran, la mirada del abuelo se perfila borrosa, no quiere llorar, no quiere mostrar debilidad, no ante aquel joven armado… Parpadea para ahuyentar las lágrimas que pugnan por salir y no da crédito a lo que sus ojos le muestran; el soldado parado frente a él también está llorando. Momentos emotivos que concluyen cuando no se sabe quién de los dos, da el primer paso y estrecha al otro entre los brazos. Hermanos separados durante años de conflicto que se encuentran de manera fortuita en un recodo del camino.

El abuelo Pepe luchó en el bando republicano, pero quién se lo iba a decir, entró en Madrid con el uniforme de los vencedores. Acaso se sintió culpable por ello, acaso sólo agradecido, por fortuna, vivo. No volvió al ejército; como mi madre tiene a bien recordarnos, su padre era zapatero remendón; del matrimonio con la abuela, esta vez como mandan los cánones de la Santa Madre Iglesia, nacieron tres hijos más y un buen número de nietos, algunos no tuvieron la suerte de conocerle, otros, como es el caso de los mayores, no tenemos la fortuna de recordarlo.

Dolores Leis Parra

Artículo publicado en la revista Altheia nº9 Agosto 2013

Suicidio literario o la verdad por delante

Cuando el escritor novel autopublica suele cometer ciertos errores, bien por inexperiencia, bien por las prisas de ver su primera obra impresa.

Algunos ya sabéis que publiqué mi primera novela hace unos meses. Lo primero que llama la atención de ella es lo gorda que es. Tiene algo más de 650 páginas, no era intención que tuviera tantas pero finalmente ese fue el resultado. Con respecto a ello, hay personas que me han dicho que se podían suprimir algunas, también hay quien dice que con menos páginas la novela hubiera quedado coja. Necesitaba un número determinado de hojas para quedar completa; y éstas son las necesarias, bajo mi punto de vista para poder contar, todo lo que quería que los lectores supieran y no dejar cabos sueltos.

El tema de las erratas es otra cosa. No sabía que existían lectores beta, o correctores profesionales que se dedican a pulir una obra hasta dejarla perfecta. Yo fui la  encargada de corregir mi obra, con paciencia y ayuda de algún lector voluntario (del corrector ortográfico de word no hablo porque según queda de manifiesto, no es demasiado fiable). En un momento determinado tuve que decir “basta”, porque a fuerza de leer y releer, cada vez perdía más sentido lo que trataba de contar. ¿Qué se colaría algún error o falta ortográfica? Era más que probable, sólo me cabía esperar que fueran las menos posibles.

Otra cosa que se me achaca es que no puntúo lo suficiente. Por lo que he podido darme cuenta, mi escritura se caracteriza por frases largas, con pocas pausas entre palabras. Es mi manera de escribir, y ahora, siendo consciente de ello (no lo fui durante la escritura de El último Bernal) y cuidando el ser más clara en las expresiones, me sigue sucediendo. Aunque espero que se aprecie el esfuerzo que hago por ajustarme más a las normas establecidas, en ningún caso quiero perder mi propia identidad, correcta o incorrecta manualmente hablando, pero mi estilo.

Hay editoriales que aunque auto publiques si te corrigen el texto y distribuyen la obra. Por desgracia en este momento no tengo los medios económicos para reeditar la novela, ahora sí, en un envase perfecto. Porqué las opiniones negativas que me llegan tienen más que ver con la forma que con el fondo. El último Bernal, es fácil de leer, engancha, tiene giros inesperados, acotaciones originales… pero hay que darle una paliza al corrector. Los que me hacen esta última observación también me dicen que no afecta a la lectura ni a la comprensión del texto. Otros no hablan para nada de ellas, y los hay también en según que pasajes del libro, culpan a dichas erratas de darle poca claridad.

Me estoy tirando piedras contra mi propio tejado con este artículo. Pero las vigas son fuertes y una vez sustituida la frágil uralita por tejas de barro, seguiré luchando por esta novela. Creo en ella, en la historia que cuenta, en la de Jimena y en la mía, que en definitiva van juntas en esta aventura. Puede que alguna presentación que tengo medio apalabrada, se caiga tras leer esto, con toda libertad, me podéis decir lo que sea. También puede hacer desistir a posibles lectores, de alguno de los cuales, espero su opinión, y por supuesto, puedes echarte para atrás en acompañarme en la presentación antes mencionada si así lo deseas (a quién va dirigida lo entenderá)

Para mi próxima novela, que ya está en marcha porque estas cosas te dejan tocado, pero no te hunden, contrataré un corrector, o quizás alguna editorial con corrector en plantilla se interese por ella. En ese caso la historia, perfecta en su forma, habrá perdido un pedacito de mí, porque habrá alguien que se encargue de poner puntos y comas, acortando esas frases demasiado largas que me son tan comunes.

A todos los que ya la han leído, gracias por confiar. A los que a pesar de leer esto, continuáis con ganas de leerla, adelante, os animo a que lo hagáis y disfrutéis del universo que os ofrece “El último Bernal”. Y a los que después de esto, deciden no hacerlo, gracias también por permitir que me explique. No me gusta mentir y desde que los primeros lectores me hablaron de las erratas, cada vez que ofrezco la novela a alguien, siento que no soy totalmente sincera. Por fin lo he sido, ahora todos saben lo que encontrarán cuando la abran, en forma y fondo.

Aunque me late acelerado el pulso por esta confesión que temo no llegue a ser comprendida, el cuarto Chakra (Anahata), siente un inmenso alivio, por fin el puño que durante meses le ha estado oprimiendo, abre sus dedos y le permite bombear libremente.

Dolores Leis Parra

Medidas de seguridad

No era yo quien estaba en el aeropuerto de Barajas el lunes a las ocho de la mañana, aun así no me cuesta imaginar, dada la fecha, la gran cantidad de viajeros que esperaban para pasar los pórticos y poder acceder a su puerta de embarque. Mi hijo Daniel, y su novia Gema entre ellos, que aguardaban turno para comenzar sus vacaciones con destino Roma. Daniel lo había preparado sin decirle nada, para sorprenderla, pues Gema quería conocer esa ciudad. Todavía retengo en la retina la imagen que ofrecían al salir de casa. La ilusión de él, la expectación de ella.

Daniel llevaba su nueva tablet, que tuvo que sacar de la maleta y dejar junto con otros objetos personales en una bandeja. Pasaron las bandejas, pasaron las maletas, pero ni él ni su novia lograron pasar. Cuando mi hijo cruzaba, el arco empezó a pitar. Se tanteó los bolsillos, buscando si había dejado algo metálico en ellos, al no encontrar nada, seguridad se acercó y empezó a cachearle para cerciorarse que no portaba nada que pusiera en riesgo la integridad física de los demás. La mala suerte (y el despiste) ronda y planea sobre uno cuando menos se lo espera. Tuvo que abrir también la maleta porqué llevaba un bote de espuma de afeitar. Mientras todo esto sucedía Gema, que iba detrás, esperaba que le dieran paso, por lo que tampoco podía acceder a las bandejas que ya habían pasado el detector y descansaban al otro lado de la cinta.

No es difícil imaginar lo sucedido. En el tiempo trascurrido hasta aclarar que no llevaba nada metálico-peligroso, y tirar el bote de espuma, alguien había adquirido por el famoso método de meter la mano, una magnífica tablet con funda roja. Por supuesto pusieron la denuncia. Muy amables le dijeron que no podían hacer nada, que dejaran sus datos y si aparecía ya les llamarían, que a su regreso el viernes, pasaran por objetos perdidos por si alguien (que sepa que no se la han quitado, que la ha perdido) tras encontrarla, la había dejado allí.

No fue nada divertido empezar así las tan ansiadas vacaciones.

Los controles son necesarios, hay mucho chalado por el mundo; pero mientras a ti te retienen sin pasar los arcos de seguridad, tus pertenencias corren por la cinta sin que nadie las vigile. Te dicen “no pierdan de vista sus objetos personales” ¿cómo no hacerlo si tú estás a un lado y ellos a otro?

No le quito la culpa a Daniel ¡A quien se le ocurre meter un bote de espuma de afeitar! Por Dios hijo, si te afeitas una vez a la semana y sólo vas a estar cinco días en Italia.

Fuera de la broma fácil, lo cierto es que desde el lunes a Daniel le han quitado un peso de la maleta (viaja en Ryanair) y alguien lo ha aumentado.

Dolores Leis Parra

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