Hubo gemidos, roces y sudor. También el sonido de la cama que quería ocultar el deseo del amor prohibido… Y luego silencio.
Alargó la mano para coger un cigarrillo. Hacía años que habías dejado de fumar pero el olor del tabaco te trajo recuerdos que resultaban molestos; es por eso, que con suavidad lo retiraste de sus dedos antes de que lo encendiera, dejándolo sobre la mesilla que había junto a ti.
― Quiero que me prometas dos cosas.
Te pusiste sobre el costado derecho, la cabeza apoyada en la mano tras flexionar el codo, con la otra dibujabas bucles entre el vello cano que cubría su pecho. Te sonrió con esa sonrisa que tanto te gustaba, pero no dijo nada. Nadie promete algo sin saber primero de que se trata.
― Prométeme que no pasará un solo día, sin que me des los buenos días o las buenas noches. O las dos cosas…― callaste, él asintió sin dejar de sonreír.― Y prométeme también que te enamorarás de una mujer que te haga feliz.
Se le congeló la sonrisa y se velaron sus ojos. Suave pero firme te empujó hasta quedar sobre ti, era irresistible el deseo de besarle.
― Lo último no voy a prometerlo, pero mi mensaje será lo primero que veas cada mañana al despertar y lo último antes de ir a dormir.
Queda un mensaje mudo en la bandeja de entrada, nadie pulsa el enter. Un fugaz recuerdo, la primera y única vez que compartieron algo más que café.
Eras un cadáver con una linda sonrisa.
Dolores Leis Parra