OKUPAS
No sabe cuándo su casa se convirtió en motel.
Todo empezó con el mensaje de un conocido que le pedía alojar a su primo que viajaba a conocer el país. Olvidaron decirle que esa visita no llevaba boleto de vuelta.
El susodicho invitó a un amigo al que habían echado de su apartamento, sólo serían unos días, hasta que encontrara alojamiento, total, la habitación tenía dos camas y apenas la usaría más que para dormir.
La novia del amigo empezó a venir de manera frecuente, nunca se topaban, pero sus braguitas en el tendedero indicaban que se iba posicionando poco a poco. Tras descubrir manchas sospechosas en su cama, decidió mudarse al cuarto que había junto a la cocina, allí, teniendo en cuenta sus dimensiones, no invadirían su espacio. Dos días después se cruzaba con ella a diario camino de la ducha.
Con una cama libre en la habitación del primo y no acostumbrándose a la soledad tras el abandono del amigo, adoptó un perro y dos gatos callejeros que compartían colchón y plato con una jovencita de rastas que decía ser su dueña. Los ruidos nocturnos indicaban no sólo lo era de los animales.
Religiosamente, una vez al mes, encontraba un sobre con dinero debajo del microondas, nunca una cantidad fija, pero siempre la suficiente para cubrir los gastos.
Cuando enfermó, el primo le traía en la tarde pan reciente con mantequilla y la joven de rastas le preparaba el café en la mañana antes de abandonar el piso con destino quién sabe dónde, situación que aprovechaban los animales para acurrucarse junto a ella y hacerle compañía en las largas horas en que la casa se empapaba de silencio. A mediodía el amigo se escapaba del restaurante en el que trabajaba y dejaba sobre el velador un plato del menú que, en complicidad con el cocinero, sacaba a escondidas del local.
Era agradable saberse cuidada. Tanto que denostara cuando la casa se fue poblando de inquilinos y ahora no la concebía sin ellos, el día que se fueran de su lado, de seguro, las paredes se desmoronarían.
Apenas unos minutos que llenaron cientos de ellos en los noticieros.
7,8 en la escala de Richter.
Dolores Leis Parra