Dolores Leis

"No importa cuán lentamente avances mientras no te detengas"

Archivar para el mes “julio, 2013”

Éxito o fracaso

«Uno ha de pensar si ha hecho bien su trabajo y si está satisfecho, eso es lo verdaderamente importante. Si no vendes no has fracasado, no eres extraordinario si has vendido más.»

Me he encontrado con esta frase mientras leía una entrevista que Letras Propias Ag. Literaria, ha realizado a Ático y Principal de libros. No cabe duda que la frase consuela, aunque no vamos a engañarnos, todos los que escribimos buscamos vender, los editores que apuestan por nuestras obras buscan vender, las editoriales como marca necesitan que sus libros se vendan. Y profundizando más en el tema o lo que es lo mismo, metiendo el dedo en la herida, si además el libro por el que se ha apostado se convierte en súper ventas, mejor que mejor.

Estoy muy sensible con el tema, lo reconozco. El mundo literario no es solamente buena literatura. Además de talento, también es promoción, márquetin, amistades, conocimiento y manejo de las redes sociales, y dinero. Que nadie se rasgue las vestiduras al leer esto, no podemos llamarnos a engaño, si eres un autor novel necesitas hacer una inversión inicial que no es fácil de recuperar.

Aunque no seas un escritor demasiado conocido, y tus obras, tal vez, nunca tengan mayor alcance que la librería de familiares y amigos; es una experiencia que merece la pena. A la satisfacción del trabajo bien hecho (es cierto que todo se puede mejorar y que nunca nos sentimos totalmente satisfechos con el resultado final), se une el placer de escribir, de terminar una obra, tú obra; de llegar tímidamente a todos aquellos que no dudan en utilizar parte de ese bien tan preciado, que es su tiempo de ocio, para leerte. Al margen de opiniones, al margen de criterios y críticas, sabes que lo que has creado, desde el mismo momento que alguien decide abrir tu novela, empieza a formar parte del universo del lector.

Dolores Leis Parra

A continuación os dejo el enlace donde puedes leer la entrevista completa:

http://postscriptummm.wordpress.com/2013/07/29/entrevista-a-atico-y-principal-de-los-libros-el-publico-es-soberano-y-a-veces-se-equivoca/

Ángel y demonio

El ángel que reposaba sobre su hombro derecho, y el demonio que hacía lo propio sobre el izquierdo, no paraban de discutir. Era una imagen digna de la mejor película de animación, pero por desgracia no podía darle al botón de off y hacerlos desaparecer. No le quedaba más remedio que aguantar su incesante parloteo e inclinarse hacia uno u otro, según los argumentos esgrimidos tuvieran más o menos peso.

No es fácil confesar una aventura.

Pero es lo correcto.

Correcto ¿para quién?

Para todos, naturalmente.

Ojos que no ven… si abres la bocota la perderás.

No puedes construir una relación sobre mentiras.

Pero si sólo han sido unos besitos…

Porqué no ha habido tiempo ¿o acaso pensabas parar, así, sin más?

Nadie tiene que enterarse.

Mira, por ahí viene. Díselo.

“¿Queréis callaros de una vez!”

Marisa se acercaba. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, sin duda había estado llorando y él, no podía verla llorar. No era el momento de hablar, quizás más adelante, cuando sus ojos se iluminaran con una sonrisa, o cuando la conversación se prestara a confidencias, o cuando… Marisa selló sus labios con un tierno beso.

― Estoy lista doctor. Puede apagar el respirador.

Dolores Leis Parra

Un novio perfecto

Llegó con dos rosas, una para Matilde y otra para su madre. Además, la bandeja de pasteles, con que cada domingo hacía pecar a don Anselmo.

La más joven le echó los brazos al cuello depositando un sonoro beso en su mejilla y murmurando a continuación con voz melosa, “eres un amor”.

Ya en la mesa miró el plato. Uno, dos, tres, cuatro y, un trocito de jamón. Era la medida, el truco para evitar las arcadas que de otro modo, subirían hasta la garganta. Uno, dos… “¿Están ricos? hoy me han salido mejor que nunca- presumió la suegra sin pizca de humildad”… tres, cuatro y… ¡Maldición se había terminado el jamón!

Postre, café y varios pastelitos después, don Anselmo, dejando a los jóvenes frente al televisor, siguió a su mujer hasta la cocina. “¿Cuándo cambiarás el menú de los domingos? sabes lo mucho que aborrezco los guisantes” Ella, le hizo una carantoña mientras se encogía de hombros “Lo sé querido, pero así son las cosas. Al novio de la niña le encantan.”

Dolores Leis Parra

Con este microrrelato he quedado tercera en el VII certamen literario del blog cultural: El ballet de las palabras. Si queréis leer los otros  relatos premiados podéis hacerlo en http://elballetdelaspalabras.blogspot.com.es/2013/07/resolucion-del-vii-certamen-de.html

Besa

Besa. Antigua tradición albanesa que habla de socorrer y cuidar a quien está en apuros.

Todavía no comprendo que me impulsó a comprarlo. Cuando leo la sinopsis de una novela y encuentro las palabras “holocausto” “Segunda guerra mundial” o “nazi” huyo de ella como de la peste. Pero en esta ocasión, la promesa de Paris, una portada evocadora o tal vez porque el librero bajo el cierre mientras yo tenía el libro en las manos; hizo que obviara mi propia norma y me lleve a casa “La lista de los nombres olvidados” de Kristin Harmel.

La protagonista de la historia, es nieta de una refugiada judía, al enfermar ésta, y tras la muerte de su madre, será ella quien deba hacerse cargo del negocio familiar, una pastelería. El libro está salpicado con recetas de dulces, tanto de tradición judía como musulmana. En eso, me ha recordado lecturas como “Afrodita” de Isabel Allende, o “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel.

En uno de los escasos periodos de lucidez que le da el alzhéimer, Rose le habla a su nieta Hope de su pasado en el Paris ocupado de 1942. Le entrega una lista con los nombres de la familia que quedó en Francia tras su huída la noche del 15 de julio, un día antes de la gran redada llevada a cabo por los nazis y que tuvo como consecuencia el internamiento de millares de judíos franceses en el Vel d´Hiv. Junto con la lista, le pide que regrese a la capital francesa y los busque.

En un contexto histórico en que una parte de la humanidad, se dedicó a exterminar a otra, salta a mis ojos el concepto de Besa. La expresión podría traducirse como “palabra de honor” y habla de un hecho cultural único, cuyo origen es antiquísimo, tanto como el mundo. Explica que si el mundo existe, es gracias a este acuerdo colectivo que habla de socorrer al que está en apuros y de vernos reflejados en él, porque todos somos criaturas de Dios. Besa es al mismo tiempo una obligación moral y un código de honor centrado en el cuidado de otro, en especial de aquel que llega hasta nuestra puerta pidiendo auxilio. La autora, por boca de uno de los personajes, nos lo define como “Concepto albanés que deriva del Corán. Significa que si alguien acude a nosotros por una necesidad, no podemos rechazarlo” (cap. 21, pág. 299).

Fue esa premisa la que hizo posible que durante los años de guerra, se salvaran cientos de judíos que vivían en las zonas ocupadas por los alemanes. Musulmanes y católicos, aún a poniendo en riesgo su vida y la de sus familiares, no dudaron en esconder y ayudar a abandonar sus ciudades de origen, a aquellas personas que por cultura, raza o religión eran perseguidas.

Quiero creer. No. Estoy convencida; que este tipo de acciones se siguen llevando a cabo. Que a pesar de las diferencias, el radicalismo, la xenofobia, hay en el mundo personas dispuestas a sacrificarlo todo por ayudar a quienes lo necesitan. Existen organizaciones interconfesionales, en las que las personas, colaboran para el entendimiento religioso. Pero hay otros, colectivos o individuales, que lo hacen porque sí, por el deseo de construir un mundo más justo, por la satisfacción de ayudar a los demás. Ahí reside la verdadera Besa.

La lista de los nombres olvidados, es una bonita historia. Casi un cuento de hadas. “Me gusta”.

Dolores Leis Parra

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

… Abrió y cerró los ojos en varias ocasiones, para terminar apretando con fuerza los párpados hasta sentir dolor. Murmuró “estoy soñando, estoy soñando, estoy soñando…” con una letanía tan monótona que le hizo desear que en realidad, su deseo, no se cumpliera y ese ser enorme, de piel verdosa y dientes afilados, sí se encontrara en aquella habitación.

“Ten cuidado con lo que deseas…” Sintió la respiración del animal a su lado. “¡Va a devorarme!” Triste final, acorde con una vida triste. Más no aceptaría esa sentencia. Rompería el hilo que conducía su vida hacía un final incierto. Este hecho, haría que su nombre saliera en las páginas de sucesos, y no con iniciales ¡No!, nombre y dos apellidos figurarían al principio de la crónica. Todos aquellos que se rieron, cuando trataba de explicar, totalmente convencido, que él había nacido para hacer algo único, se tragaran los comentarios jocosos que siguieron a las risas. “Ninguno de ellos podrá presumir de haber sido devorado por un dinosaurio”.

Para su desgracia, ese afán de notoriedad hubo de ser postergado. En el tiempo que duró el pensamiento dejó de sentir el fétido aliento junto al rostro. Entreabrió los ojos. Estaba solo. El sueño dentro del sueño se había evaporado. Ni dinosaurio, ni fama, ni página de sucesos. Otra vez el destino se había reído de él, dejándole inmerso en aquella anodina situación. Y si antes nadie escuchó su sentencia. “¿Quién le iba a creer ahora?

Dolores Leis Parra

(Basado en el microrrelato «El dinosaurio» de Augusto Monterroso)

Desnuda frente al espejo (2)

Desnuda frente al espejo como cada mañana recorrió su cuerpo con la mirada. Aunque en aquellos meses había ganado algo de peso, sus formas no terminaban de recuperar las redondeces que hacían que los hombres se volviesen en la calle para mirarla.

Contó los huesos que se marcaban desde el cuello hasta el pecho, empezando por la clavícula, uno, dos tres, cuatro… cuando saliera del hospital se daría un atracón a donuts. Bajó la mirada, se detuvo al llegar a la cintura, era una lástima que los dulces que se iba a permitir terminaran en esa parte concreta de su cuerpo, nadie puede elegir donde han de asentarse los kilos que se buscan. La línea natural de la cintura le guio hasta la tripa, meses atrás le habían practicado una colostomía y aquella bolsa llena de heces estaba allí para recordarle que seguía viva gracias a ella.

Fueron muchos días de hospital, varios enfermeros, pero solamente uno, ante el miedo que reflejaba sus ojos y el temblor incontrolado de las manos se atrevió a preguntarle “¿la has cambiado alguna vez?- negó ella con un gesto- al menos ¿te has atrevido a mirarla?- insistió él.” Esta vez asintió, claro que la había mirado, era inevitable no toparse con ella.

Aquella pregunta no era tan simple como pudiera parecer. Aprendió a cambiarse la bolsa, primero con asco, luego con resignación, finalmente con agradecimiento. Durante meses formó parte de ella como un miembro ortopédico forma parte de un amputado.

Pero ese día, en su interior anidaban sentimientos encontrados, al agradecimiento ya mencionado, se sumaban la tristeza y el temor. Había llegado el momento de reconstruir la parte afectada; el colon volvería a su lugar y esa bolsa, molesta compañera e impuesta amiga, desaparecería para siempre del reflejo que le devolvería el espejo cada mañana.

¿Cumpliría cada órgano su función? ¿Habría complicaciones tras la operación? ¿Sería solamente un espejismo aquel vientre con nuevas cicatrices? Pensó en la playa que visitaría ese verano, en los vaqueros que no había vuelto a ponerse y aguardaban una nueva oportunidad en el armario, en las prendas ajustadas, en los abrazos sin obstáculos, en el amor sin temer ver el asco en su mirada…

― ¿Estás lista?― al no encontrarla en habitación golpeó suavemente la puerta del baño― han venido a buscarte, te esperan en quirófano.

Lentamente se puso el pijama, a modo de despedida su mano acarició por última vez el bulto sobre la ropa y respirando hondo se enfrentó a las personas que esperaban en la habitación 428 de aquel hospital. Sonrió al celador y se tumbó en la cama.

― Llevo meses preparada.

Mentía para darse ánimos, también por qué sabía que los familiares allí reunidos no serían capaces de entender una respuesta diferente.

― Adelante pues, que hoy es el gran día. ― dijo la enfermera, más a las visitas que a la paciente.

Besos, palabras de aliento, adioses apresurados, nos vemos en un ratito… Cerró los ojos para retener ese momento en la memoria; la alegría que mostraban los ojos nada tenía que ver con lo que lucían el día de aquella primera intervención y sin querer olvidar la preocupación de aquel momento, pensó que era bonito leer esperanza en la mirada de los demás.

― Sí. Hoy es el gran día.

― Relaja los hombros. Así, muy bien. Inclina la cabeza.

Las piernas colgando y la espalda arqueada, permitiendo al anestesista maniobrar en tu columna vertebral.

― Sentirás un pinchazo.― dijo la voz a tu espalda― Será molesto pero no te muevas.

A pesar de estar preparada, a pesar de la enfermera tan simpática que masajeaba los hombros en un doble intento de inmovilizar y relajar, el dolor fue tal que diste un respingo.

― Ya está, tranquila. Ahora voy a introducir una cánula ¿Nunca te habían puesto la epidural?

Yo era madre; había tenido dos hijos, ambos de parto natural. Con el mayor, la epidural no la cubría la seguridad social y lo cierto es que tampoco nadie me planteo la posibilidad de ponérmela; la pequeña llegó tan rápido que si me descuido nace en el coche, ante la imposibilidad de encontrar aparcamiento en los alrededores del hospital.

― Me estoy mareando― consigo decir mientras mi cabeza gira en torno a un suelo que cada vez parece más inestable― ¿es eso normal?

― Hay que tumbarla, deprisa… ya está ¿mejor así?― solamente puedo asentir, la garganta se bloquea ante el miedo a lo que todavía está por llegar.― No te preocupes― continua diciendo, y soy consciente de que no es la primera vez que me marca esa premisa― el conducto para inyectar la epidural es sólo por si fuera necesario alargar la operación. Te han explicado que vamos a intentarlo hacer por laparoscopia, de no ser posible habrá que abrir de manera convencional.

Trato de asentir, pero si las palabras habían huido hacía rato, los movimientos siguieron el mismo camino. Mi mano empieza a arder, lejos, muy lejos escucho a alguien decir “enseguida estarás dormida”, pero pasa el tiempo y sigo oyendo a la gente a mi alrededor, no veo nada, la lámpara del techo ciega mis ojos… Silencio, obscuridad… bendito silencio.

Despierto en una gran sala, cortinas a ambos lados me impiden descubrir si me encuentro sola allí, o más personas en mi misma situación, aguardan que los enfermeros del control se den cuenta de que hemos superado la anestesia, regresando a la vida.

El dolor persiste, no en la espalda. Se extiende en todo el cuerpo, es como si quisiera abandonarme pero no encontrara un poro por el cual escapar, y continúa allí, aferrado a mi interior, rasgando, quemando, golpeando.

― ¿Cómo te sientes?

― Me duele…― mi garganta seca, de más de doce horas sin beber, emite un sonido bronco― ¿Me ha vuelto a poner la bolsa?

El día antes de la operación, el doctor me advirtió de esa posibilidad. Dependiendo de lo que encontraran al abrir, tal vez, y de manera provisional (un par de meses, puntualizó), tendrían que volver a practicar otra colostomía. Cómo en la primera operación, la enfermera levantó la sábana para verme el abdomen, yo ya había vivido ese momento, cerré los ojos, no iba a llorar. Fuera cual fuera la respuesta, en esta ocasión, no iba a llorar.

― No hay nada― me dedicó una sonrisa, la mía se hizo tan amplia que abarcó todo el rostro.― Te pondremos algo para el dolor y en un ratito te llevamos a la habitación. Ahora trata de dormir.

Y dormí, y desperté, y volví a dormir. Así fueron pasando las horas. En los momentos de lucidez pensaba en la alegría de mi familia cuando les contara que por fin, me había librado de la bolsa, luego recordaba que probablemente el doctor ya se lo habría comunicado. Entonces me imaginaba ese instante en que levantando la aséptica bata del hospital, les mostraría la tripa totalmente cerrada, cubierta de cicatrices e inflamada, pero sin ningún órgano interno en el exterior. Y de nuevo me dormía y despertaba con dolor. No podía ver el reloj pero el tiempo se hacía largo, muy largo…

― ¿Te sigue doliendo?― asentía― ¿Mucho?

― Menos.

Y la enfermera, ajustaba el gotero y marchaba de nuevo hacía el control, que desde la situación de mi cama, era parcialmente visible.

― Vamos a bajarte.― otra sonrisa, ¿suya, mía?

El traqueteo por los pasillos. Las charlas airadas de los celadores en una época de huelgas y reclamos ante el proceso de privatización. La puerta del ascensor que se abre. Y el triunfo en la mirada de los tuyos, que rodeando la cama, impiden el paso.

― Venga señores― dijo con humor― Todos a la habitación o me la llevo de nuevo.

Abrieron un pasillo a ambos lados. Él hombre de pijama amarillo me hizo un guiño mientras empujaba la cama hasta la habitación 428. En esa habitación había comenzado todo y en esa habitación tenía su final. Alfa y Omega, de una etapa, que me permitió descubrir que era más fuerte de lo que creía; que me empujo a dar el paso que durante casi veinte años temí dar; que me mostró que esa felicidad, por la que día a día luchaba (desde aquel fatídico día en que casi pierdo la vida) contribuía a la felicidad de todos los que me querían. Y que convertir un sueño, en realidad, sólo depende de mi.

No esperes a que la vida te ponga en una encrucijada para luchar por lo que más deseas. Quizás no tengas una segunda oportunidad.

Dolores Leis Parra

Reencarnación

 

Perseguiste un sueño que en realidad corría tras de ti.

La banca te premió con un as, pero el astuto rey, venció a la dama blanca.

Viviste eternamente, perdido en las brumas de la infancia.

Creíste perdurar, al ver los fieles agolparse ante tu cama.

 

Alcanzaste una quimera.

Finalizó en derrota la partida.

Esa mente difusa hizo perdurar los recuerdos.

Una cruz de madera coronó la tumba.

Y a pesar de regresar mil veces,

De nuevo la Calaca, aplastó la vida.

Dolores Leis Parra

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