OBITUARIO
De un tiempo a esta parte cuando entro a facebook, aparecen publicaciones de vecinos de las villas y comunas cercanas, o no tan cercanas, que anuncian el fallecimiento de alguien. Por supuesto no es nada nuevo, muertes hay a diario por millones, pero ahora se hace viral en las redes sociales. Ya no es suficiente una llamada al entorno, familiares y amigos, para anunciar la noticia, ahora tiene que enterarse todo el pueblo, todo el país, todo el mundo si es posible, y si además ese mundo se digna a decir cuanto lo siente a través de un comentario, estupendo, el difunto, al que más de la mitad de los contactos no conocía, alcanza, de manera póstuma, la popularidad de un influencer.
Empieza el rito de hablar bien del finado, alabar su forma de actuar, contar lo genial, lo buena persona que era, da igual si el susodicho en cuestión no fuera precisamente un santo, todo son alabanzas no vaya a ser que la verdad le impida la entrada al reino de los cielos.
Si ya decía aquel en respuesta a un amigo que preguntó cuándo hablarían bien de él: «Cuando te mueras, querido››. Y así es, hay que morirse para que hablen maravillas de uno y además publicarlo para que se reafirme el buen concepto que la humanidad debe tener de él o ella, que suelo hablar en genérico, más en este caso prefiero aclararlo para que no haya malos entendidos.
Lo cierto es que no sé si es moda, si hace que te sientas mejor, si alivia el duelo compartir el dolor con desconocidos; no sé si es que yo pasaba por la muerte ajena con indiferencia o sencillamente no me llamaba la atención; lo que sí sé es que desde que las redes sociales son parte imprescindible de nuestras vidas, las necrológicas dejaron de ser esa sección que sólo una minoría leía en los periódicos para convertirse en la noticia de portada en la que todos se detienen.
¿Cuándo dejó de ser anónima la muerte?
Ha llegado el frío a estas latitudes, una ola que viste de blanco la cordillera y de escarcha los jardines y aceras.
Ha llegado el frío, sobrevivir a agosto ya no es una proeza, ni para jóvenes ni para viejos.
Dolores Leis Parra