Dolores Leis

"No importa cuán lentamente avances mientras no te detengas"

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EN COPAS AZULES

Día 2

Bebí el océano en copas azules. El crepúsculo llegó al paisaje como palabras derramadas en tazón de café tibio. Consumí cigarrillos huyendo del mañana y al amanecer las gaviotas truncaron con gritos el sueño de un enero que se pierde en las olas. Ahora, incierto mediodía, el mar vomita espuma y el viento arremolina toallas prendidas en la arena. Pasan las horas, sube la marea. El sol permanece oculto entre los verdes tejados.

El Litoral de los Poetas y nada es lo que parece.

Dolores Leis Parra

OCÉANO

«Hoy la brisa parece vendaval. Pionera de una playa abandonada, contagiada por la fiebre del mar, busco oro entre las olas.»

En unas horas volveré al mar, es un día nublado, oscuro, gris. Me pregunto si me recibirá con el mismo azote de hace años, cuando escribí las palabras que enmarcan este texto.

Sigo buscando oro entre las olas.

Dolores Leis Parra

Fotografía: Océano Pacífico años atrás.

La calma del desierto

Viajaba de Roma a Santiago cuando tras varias horas de vuelo el bullicio de los pasajeros se detuvo, las pantallas dejaron de brillar, los motores apenas se percibían, todo quedó en segundo plano, la calma se hizo palpable, el silencio audible, un momento mágico en el que creí que el sueño me había vencido (he aprendido a relajarme en los aviones, de las 13 horas que dura el viaje al menos nueve las paso dormitando) pero estaba despierta con una paz que jamás había sentido. Busqué el mapa de ruta, todos los aviones, de largo recorrido al menos, te muestran que parte del mundo sobrevuelas en tiempo real, no sé que esperaba encontrar pero no me sorprendió ver que estábamos atravesando el Sahara, ese inmenso desierto que a pesar de que algún tratado dice pertenecer a Marruecos, es territorio de libertad.
Ayer, viendo la película de John Wick le vi caminar por desierto y con cada uno de sus pasos rememoré aquella tranquilidad que me invadió lo que duró mi paso por el Sahara, pensé en que si me había sentido así volando sobre él que no sería el poner los pies sobre su arena y tomarla entre mis manos.
Los pensamientos siguen su lógica particular y saltan de uno a otro sin orden, por asociación de ideas y en la noche recordé cuando años atrás, paseando por el H2O de Rivas encontré una mini feria esotérica, en uno de los puestos te mostraban tu vida pasada, una antigua reencarnación; era poco confiable, ponías la mano sobre un semicírculo con luz y en pocos segundos aparecía impreso de dónde provenías, costaba 3 euros importe que mi bolsillo se podía permitir, la muchacha, más atenta al móvil que a mí, me tendió un papel con la información de la máquina adivina. Provenía de África, había sido vendida y transportada a Europa como esclava. En ese momento me visualicé con la piel negra, el pelo crespo y los dientes salientes (supongo que influenciada por las películas y series de esclavos con que nos invade la tele), ahora, después de sentir el desierto, pienso que pude ser una beduina, África es África más allá del color de la piel, cuyo cuerpo sintió el llamado de los ancestros, de la raíz tirando de mí. Y cobró sentido aquel sinsentido que me dijo la máquina.
Si un día piso el desierto espero volver a sentir esa calma, ese silencio y tal vez encuentre las palabras para transportaros a su magia, aunque para poder contarlo deba esperar a que, con el paso del tiempo, una imagen o un acontecimiento le vuelva a dar orden y sentido a mis pensamientos.

Dolores Leis Parra

Somos leyenda

Siempre he creído en los poetas malditos, para mí es grata y tranquilizadora su lectura porque no pretenden dar ninguna lección de vida, ni mostrarte un mundo rosado que las más de las veces no pasa de ser un rojo desteñido. Ellos, los malditos, no pintan el universo como la panacea para todos tus problemas, al contrario, te hablan de fango, de miedo, de adicciones, tormentos, bucles, paranoias, más miedo. De la culpa que acecha detrás de una copa de vino, del pánico al escuchar la sentencia de una prueba médica, del amor que te abandona o del abandonado, de tantas pérdidas…

«Tú también eres una poeta maldita, has sido alcohólica, te has marcado una buena colección de cagadas, has visto monstruos en los espejos…»

Cierto que fui (¿es correcto usar el pretérito?) maldita, más en esa época no era poeta, entre la bruma de cervezas y gin-tonics, con la vista fija en una lámpara que no dejaba de girar, se perdieron el total de los versos, sin fuerzas ni conciencia para llevarlos al papel. Ahora escribo poesía, sé que ningún universo me va a dar por arte de magia lo que deseo, que odiar forma parte del ser humano y es necesario en algunos momentos para no perder la cordura, que el que da amor no siempre es pagado con la misma moneda y que a las mejores personas (casi) siempre les caga la vida.

Quizá la figura del poeta maldito sólo sea una leyenda pero me gusta pensar que es real y que alguna vez fui uno de ellos.

Dolores Leis Parra

 

Metáfora

sencillez

Desde chica tuve un sueño.

Ser eternamente niño no me seducía demasiado, lo que realmente envidiaba de Peter Pan era su capacidad de volar sobre la ciudad, soñaba ir de su mano mientras los rayos de luna bañaban mi piel; tal vez por eso cuando conocí a Chagall me rendí fascinada a su obra El violinista en el tejado y que decir de Melendi y su canción del mismo título; todo me incitaba a despegar, el cielo se mostraba, lienzo en blanco, ante mí, posé la vista al frente y como burro con orejeras sólo vi lo que mi corta visión deseaba ver. Un día, además de cumplir mis deseos, la luna me mostró las miserias humanas, ajenas y propias, se quebraron las alas y ante mí se abrió un horizonte de preguntas sin respuesta, constantes inquietudes que cuestionaban la belleza de aquel sueño y el sentido de mi vida. Para algunos agoté el «polvo de hadas», para otros erré las chimeneas y tomé un camino equivocado, para todos, sin excepción, caí en el umbral de la locura.

Hoy prefiero el sol y camino sobre la tierra, con los pies anclados al suelo. Si algo aprendí del topetazo es que el cielo no es tan claro como imaginaba y que quitarse el barro del cuerpo es más fácil que deshacerse de la inmaterial contaminación. Llegó una etapa de descanso, de calma, de interiorizar y descubrir. No he abandonado el sueño, sigo en la brecha, fiel a mi cuerpo y a mi mente, en un trapecio imaginario que me permite verlas venir aunque todavía algunas me sorprenden. Cayéndome y levantándome.

El guerrero entiende que la victoria no siempre pasa por la lucha, pero no se confundan, el guerrero es guerrero hasta la muerte.

Dolores Leis Parra

 

Poema del 78

Puertollano mina

En las minas de carbón
que hay cerca de Puertollano
ha surgido una explosión
quedando un mozo atrapado.

Por más que buscan y buscan
aún no lo han encontrado
y temen que ya haya muerto
por las rocas sepultado.

Un nuevo grupo de hombres
sale ya hacia la mina
encontrando su cadáver
ya descansa en la otra vida.

En las minas de carbón
que hay cerca de Puertollano
ha surgido una explosión
quedando un mozo atrapado.

Dolores Leis Parra (1978)

Pinceladas

MUJER DE MAR

Atravesé un océano para mirar otro de frente -más inmenso, más bravo- y dejar que el romper de las olas alcanzara mis rodillas.
Conocí a grandes poetas, algunos incluso alabaron mi poesía de «andar por casa» invitándome a compartir con ellos mesa de lectura.
Anduve por  aeropuertos de paso escuchando un idioma incomprensible a mis negados oídos.
Animé a mi equipo de fútbol y a una selección ajena… ganó la segunda.
Comí helado, manjar y chocolate mientras empapaba del «Mundo Hola» mi cerebro y mi retina.
Bailé hasta el límite de la vergüenza (prometo que la perderé algún día).
Reí y lloré en la misma medida, se cumplió la teoría de los vasos comunicantes… sólo la teoría, desborda el vaso de la risa.
Soy mujer. Soy mortal. Soy vida.

Dolores Leis Parra

 

 

Regreso a «Brooklyn»

brooklyn

El sueño de todo inmigrante es regresar a su país. Desde mi condición de inmigrante esa frase suena a tópico porque ni todos quieren regresar, ni todos se consideran inmigrantes más allá del papel que otorga extranjería y les etiqueta como tales.

Inicié el viaje de retorno con ilusión y miedo a partes iguales, ilusión de ver a los míos, miedo por no saber que encontraría en la ciudad que abandoné hace meses. Partí con billete de vuelta, temerosa de que el azar y el destino me enredaran impidiéndome el regreso, envuelta, tal vez, por el aire de Brooklyn, película que había visto justo antes de mi partida y que tan similar imaginaba en forma y fondo a la vida que dejaba al subir al avión.

Pasaron los días, disfruté de mis hijos, de mis padres y de esos amigos que se cuentan con una mano y sobran dedos. Recibí llamadas inesperadas que me alegraron la jornada y los días venideros, también ecos y runrunes que lejos de hundirme fortalecieron mi espíritu. Y aquí estoy, vuelvo a ser una inmigrante que se busca la vida lo que significa, a todas luces, que tengo vida y eso es más de lo que muchos pueden decir.

Dolores Leis Parra

Bola del 8

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Mi compañera de piso me instaló en el ordenador la «Bola del 8», las últimas semanas en su casa jugábamos, más en serio que en broma, a preguntarle (ella tiene la física) sobre mi viaje, sobre lo que me encontraría en este país, sobre mi futuro, mi destino, mi fortuna. Sus respuestas nunca eran respuestas, incertidumbres, palabras al aire que nada tenían que ver con la pregunta, frases que no aclaraban, que no decían. Hoy pinché sin darme cuenta sobre el enlace, vi la bola en la pantalla ¿por qué no? Lancé la pregunta al aire, agité la bola…
«The die is cast. La suerte está echada»

Dolores Leis Parra

Mutiladas y maltrechas… Libre

Alas

Desde niña me enseñaron que para conseguir algo hay que esforzarse y ser la mejor, porque si te duermes en los laureles eso que deseas te lo arrebatan quienes tienen mayor fortaleza, inteligencia, constancia, empeño y/o suerte. Lo curioso es que a pesar de que en mi casa imperaba esa filosofía, nos partían las alas -quiero pensar que de manera inconsciente- para evitar que los sueños volaran demasiado lejos. Y así crecí en ese quiero y no puedo, en ese miedo a levantar la voz, en ese miedo a vivir lo que por derecho me correspondía.
Han pasado más de cuarenta años y esas alas se despliegan de nuevo, mutiladas y maltrechas pero con la fuerza y decisión suficientes para volar a donde el viento, el corazón y los sueños me lleven. Aprendí, entre risas y lágrimas, que no es necesario ser la mejor para alcanzar la felicidad y puedo asegurarles, señores, que a estas alturas de la película es lo único que persigo.
Ser feliz es mi tan ansiada meta; el resto lo iré recolectando del camino. Pequeños instantes perfectos en días imperfectos que me provocarán una gran sonrisa que compartir -o no- con ustedes. Hay parcelas en que la felicidad es sólo cosa de dos.
Dolores Leis

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