Rutinas
Tiró hacía arriba de las mantas para tapar aquella oreja rebelde que se empecinaba en quedar expuesta al frío. Al no conseguirlo y haciendo un gran esfuerzo, sacó una mano colocando su pelo a modo de cobertor y esta vez sí logró sentir la calidez. Se acurrucó de lado, rodillas al pecho, manos cruzadas sobre el corazón para conservar en el recuerdo esos últimos minutos de cama antes de que el malvado despertador, la obligara a saltar de ella en pos de una ducha caliente dentro de un baño helado.
Saboreó el café, el primero de una serie de ellos que en algunas ocasiones alcanzaba los cinco. Tanta cafeína no puede ser buena, escuchaba a su espalda. Para ella, maná caído del cielo.
El motor del coche tosió asmático sin decidirse a arrancar; debía cambiar la batería o se quedara tirada, pero sabía que hasta que eso no sucediera, no haría nada al respecto. Hay veces que es la necesidad, más que la prudencia, quien nos obliga a actuar.
La oficina estaba a las afueras por lo que diariamente debía soportar una larga hilera de coches que como el suyo, trataban de atravesar la M30 para incorporarse a la autovía del norte. Era éste un edificio moderno, de esos denominados inteligentes, fachada de cristal para aprovechar al máximo la luz solar, sistema de aire caliente por ventilación ¡Y hacía un frío! Exagerada, decían a su espalda. Pero es que de un tiempo a esta parte, ella siempre estaba helada.
El piso más alto albergaba una cafetería, entre los diversos menús ofertados, siempre uno vegetariano para cubrir las necesidades de los más exquisitos. Ella tomaba ensalada y yogur natural, desnatado y sin sacarina. Una terraza adyacente aglutinaba a los comensales que incapaces de abandonar el vicio, tenían en ese espacio su fumadero particular. Durante unos meses ella también fue usuaria, estas últimas semanas suplía la necesidad con chicles de nicótica y lingotazos de café. Lo más parecido al alcohol que servían, era cerveza fermentada sin el mismo.
La tarde era más llevadera, por lo general disponía de un rato para curiosear por internet asuntos de esos denominados personales. Exposiciones de pintura, presentaciones literarias, conciertos. No es que fuera amante de las artes, ninguna de esas disciplinas la entusiasmaba, pero el ordenador tenía bloqueado el acceso a gran número de webs y no le quedaba de otra que conformarse con aquello que el gran ojo ponía a su disposición.
Nunca aceptaba la invitación de los compañeros para tomar algo a la salida. Ellos que al principio no dejaban de insistir la fueron dando por imposible. A su espalda la tachaban de antipática, y nadie se acercaba a ella cuando la veían esperando el ascensor.
Ya de regreso a casa, tras motores asmáticos y luces rojas, que como miguitas de pan indican el camino; se prepara un whisky, enciende un cigarrillo y despojándose de la ropa, baila por la sala en sujetador al ritmo frenético de los Iron Maiden.