Dolores Leis

"No importa cuán lentamente avances mientras no te detengas"

Archivar para el mes “febrero, 2014”

Rutinas

Cementerio Belmonte

Tiró hacía arriba de las mantas para tapar aquella oreja rebelde que se empecinaba en quedar expuesta al frío. Al no conseguirlo y haciendo un gran esfuerzo, sacó una mano colocando su pelo a modo de cobertor y esta vez sí logró sentir la calidez. Se acurrucó de lado, rodillas al pecho, manos cruzadas sobre el corazón para conservar en el recuerdo esos últimos minutos de cama antes de que el malvado despertador, la obligara a saltar de ella en pos de una ducha caliente dentro de un baño helado.

Saboreó el café, el primero de una serie de ellos que en algunas ocasiones alcanzaba los cinco. Tanta cafeína no puede ser buena, escuchaba a su espalda. Para ella, maná caído del cielo.

El motor del coche tosió asmático sin decidirse a arrancar; debía cambiar la batería o se quedara tirada, pero sabía que hasta que eso no sucediera, no haría nada al respecto. Hay veces que es la necesidad, más que la prudencia, quien nos obliga a actuar.

La oficina estaba a las afueras por lo que diariamente debía soportar una larga hilera de coches que como el suyo, trataban de atravesar la M30 para incorporarse a la autovía del norte. Era éste un edificio moderno, de esos denominados inteligentes, fachada de cristal para aprovechar al máximo la luz solar, sistema de aire caliente por ventilación ¡Y hacía un frío! Exagerada, decían a su espalda. Pero es que de un tiempo a esta parte, ella siempre estaba helada.

El piso más alto albergaba una cafetería, entre los diversos menús ofertados, siempre uno vegetariano para cubrir las necesidades de los más exquisitos. Ella tomaba ensalada y yogur natural, desnatado y sin sacarina. Una terraza adyacente aglutinaba a los comensales que incapaces de abandonar el vicio, tenían en ese espacio su fumadero particular. Durante unos meses ella también fue usuaria, estas últimas semanas suplía la necesidad con chicles de nicótica y lingotazos de café. Lo más parecido al alcohol que servían, era cerveza fermentada sin el mismo.

La tarde era más llevadera, por lo general disponía de un rato para curiosear por internet asuntos de esos denominados personales. Exposiciones de pintura, presentaciones literarias, conciertos. No es que fuera amante de las artes, ninguna de esas disciplinas la entusiasmaba, pero el ordenador tenía bloqueado el acceso a gran número de webs y no le quedaba de otra que conformarse con aquello que el gran ojo ponía a su disposición.

Nunca aceptaba la invitación de los compañeros para tomar algo a la salida. Ellos que al principio no dejaban de insistir la fueron dando por imposible. A su espalda la tachaban de antipática, y nadie se acercaba a ella cuando la veían esperando el ascensor.

Ya de regreso a casa, tras motores asmáticos y luces rojas, que como miguitas de pan indican el camino; se prepara un whisky, enciende un cigarrillo y despojándose de la ropa, baila por la sala en sujetador al ritmo frenético de los Iron Maiden.

Solitario, café

Suave música de fondo. Banda sonora en inglés y castellano de un día que amanece envuelto en soledad.

Una única taza espera su llegada en la mañana que despierta. Café, con la leche muy caliente, que queme el interior de esa ausencia que quedó al perderse en los sonidos de una noche que tal vez regrese.

O tal vez no.

Su vuelta, quizás la encuentre acodada en la barra del bar de aquel hotel de carretera.

O desnuda en la habitación 520.

O en fuga. Cómo esa novia que huyó de su destino buscando encontrar un amor de novela, que termina cuando empieza a amarse a sí misma.

Dolores Leis Parra

 

Proyectos

 

A los que esperéis encontrar un relato en esta entrada, os aviso de antemano que no será así. Tampoco una poesía, de esas que de cuando en cuando, dejo caer en el blog. Ni tan siquiera, uno de mis muy escasos artículos de opinión.

Hoy escribo para contaros que tengo muchos proyectos. Proyectos que me ilusionan y a los que voy a lanzarme sin aturullarme más de lo necesario, pues mi natural cobarde, haría que me echara  para atrás por miedo al fracaso. Soy un poco supersticiosa y prefiero callar de momento. Pero prometo que conforme se vayan haciendo oficiales, los contaré sin demora.

Mi padre es amante de los refranes y convivo con ellos de chica, es por ello que conozco muchos y variados. Cuando la frase cauta  <<Quien mucho abarca, poco aprieta>> irrumpe en mi cabeza, decido no hacer de ella lema de esas ilusiones. Al contrario, el refranero español que es sabio y en muchos casos contradictorio, me invita a escudarme en <<Querer es poder>> qué me parece más amable y positivo. Además, yo quiero y puedo.

Aunque pueda sonar pretencioso, quiero disculparme con los seguidores habituales del blog, ya que soy consciente que mis entradas se han espaciado en el tiempo. Los que me leéis con menor frecuencia quizás no lo hayáis notado, pero ahí van también mis disculpas. Pues todos, habituales y esporádicos, sois los depositarios de las palabras que nacen de mí y sin lectores, morirían también en mí.

Dolores Leis Parra

 

 

Asfalto

Tomas asiento. Obedeces el cartel que sugiere a los pasajeros abrocharse el cinturón de seguridad. La Cepsa a tu derecha, el asfalto frente a ti. Retiras el señalador y acomodas las gafas.

<<Cuando, ocho años atrás, murió el viejo sir William Turton y su hijo Basil heredó el periódico The Turton Press (además del título), recuerdo que empezaron a hacerse apuestas en Fleet Street sobre…>>

Alzas la cabeza, a escasos kilómetros la nube amenazante.

Gotas en el parabrisas. La lluvia se vuelve más intensa, el agua golpea con furia el cristal.

No levantas la vista del libro. La velocidad se reduce, ahora es inversamente proporcional al aguacero.

Una leve ojeada por la ventanilla, apenas se distingue, si acaso, la figura fantasmal de algún vehículo que os va dejando atrás.

<<Después fue llevada a la otra parte de la habitación para ser presentada a otras personas. Yo me quedé mirándola. Ella se sentía consciente del éxito y del modo en que aquellos londinenses hablaban  de ella.>>

Una arboleda y bajas la mirada. El frenazo te impulsa hacía adelante, sueltas el libro para aferrarte a la barra delantera.

Gritos, objetos que caen, personas que se deslizan junto a ti. No han seguido la norma. No se han puesto el cinturón.

Pies. Manos. Cabezas. Cuerpos amontonados junto al conductor.

Deja de llover. El cristal desaparece; de nuevo las gotas furiosas en la ventana; el gris del metal. Un fuerte impacto hace que te golpees la cabeza. Curiosamente en lo último que te fijas es en el título del libro, compañero de aquel trayecto.

<<Relatos de lo inesperado>>

O tal vez no.

Cierras los ojos.

Dolores Leis Parra

 

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