Dolores Leis

"No importa cuán lentamente avances mientras no te detengas"

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Páginas en blanco

Ven a vivir conmigo

Tu mente un libro
con demasiadas páginas en blanco,
sin pasado, sin futuro
con un presente lleno de borrones
que tiñe de gris su tendencia a la culpa
mientras aprendes a perdonarte.

Vuelves a la esencia de tu alma,
escribes algunos chat y te repites:
eres escritor,
te sientas frente a un poema,
ante el VI de la novela nueva
¡Sorpresa! -sonrisa- ¡Capítulo terminado!

Quizá sea el comienzo del perdón
el renacer de la Diosa,
descubrir la guía que te muestra
el interior de la escritora, de la mujer,
de la amiga, de… pongan otros el nombre,
hay palabras que todavía huyen de ti.

Dolores Leis

Diosa y bruja

Mujer de capucha roja

Aferras los sueños que quieren huir entre los dedos de la noche.
Te niegas a dejarlos escapar.
Hoy te rebelas contra el rol de hija y de madre.
Buscas a la diosa y a la bruja.
Eres la mujer que encuentra respuestas en el camino.
La guerrera que se adentra en el sendero; como única arma: Anahata, Ajna y la palabra.
Respiras profundo para conectarte con la niña que hay en tu interior.
Hoy sigues soñando y tienes fe en que los sueños se cumplen.

Dolores Leis Parra

 

Alabastro

Alabastro

Aparcó el coche en la penumbra del callejón. El círculo de mujeres se abrió dejando a la vista lo que con tanto celo ocultaban.

La joven de alabastro agarró con sus manos menudas el bajo de una falda casi inexistente tirando de ella. Recolocó el pecho, lo ajustó al corpiño hasta conseguir un canalillo digno de la Loren y con un contoneo de caderas, provocado por sus elevados tacones, se acercó hasta el hombre que aguardaba en el interior del vehículo. Se inclinó para colocarse a la altura de la ventanilla, sonrió mostrando unos dientes bien cuidados que, junto a la punta insinuante de la lengua, le invitaron a soñar.

Diosa. Regía. Ojeó el interior: tapicería de plástico cuarteada, pelos de mascota en el asiento trasero, bolsas vacías y el arrugado envoltorio de una hamburguesería cercana. Se incorporó dejando frente a los ojos del conductor sus nalgas firmes y las cimbreantes caderas.

―Me llamo Keyla. —Murmuró antes de alejarse.

Desapareció entre las formas femeninas. Un círculo protector que la ocultaba de los mortales que buscan el placer en las cálidas noches. Arrancó el motor y sin encender los faros dejó atrás el callejón. En pos de sus ruedas una risa blanca como ventanales de catedral. Alabastro.

Dolores Leis Parra

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